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Así reclutan las bandas criminales a los jóvenes en Ecuador: “De esto no se sale con vida”

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El reclutamiento de menores de edad es una práctica constante de las bandas criminales del Ecuador. Para muestra, cabe revisar las características de los hombres que asaltaron en TC Televisión. Sus edades oscilan entre los 16 y 26 años.

El pasado 9 de enero del 2024, un grupo de encapuchados ingresaron a las instalaciones del canal público en Guayaquil para amedrentar a los empleados con armas y explosivos. El hecho fue transmitido por varios minutos en vivo.

La Policía capturó a 18 implicados, pero se cree que al menos 20 personas participaron en el asalto. Entre los detenidos están dos menores de edad de entre 16 y 17 años, los demás no pasan los 26 años.

La realidad es que muchos de estos jóvenes están sumidos en la pobreza, drogadicción y descomposición familiar, lo que los hace más susceptibles a ser atrapados por las bandas criminales.

Vistazo publicó en noviembre del 2022 un reportaje en el que explica cómo las organizaciones criminales captan a jóvenes, sobre todo en Esmeraldas, donde el reclutamiento es el pan de cada día. Aquí se lo presentamos.

PROBLEMAS ESTRUCTURALES

“Del grupo sales cuando ya estás muerto”. La voz de Manuel es ronca, como la de un hombre envejecido antes de tiempo. Tiene 21 años, pero ha visto el abandono y la muerte tantas veces que ya perdió el miedo. Que él no pertenece a ninguna organización, “no sé de qué vaina me habla”. Pero el tatuaje dice otra cosa.

Se encuentra en un lugar de Esmeraldas, olvidado por el Estado, por las autoridades y los políticos que solo aparecen en tiempos de campaña, para pedir el voto.

Dejó el colegio y no supo qué hacer, desde pequeño sintió que no servía para nada. Lo más cercano que ha tenido a una familia grande y unida es el grupo. Algunos tienen un tatuaje similar al que él se hizo. Quienes no pueden costear la placa reciben el apoyo de otros, miembros más experimentados, que para conseguir dinero extorsionan a algún dueño de negocio y le cobran la “vacuna”.

Carlos, de 18, está a poca distancia. Nervioso e irritable, abre los ojos como si hubiera recibido un anuncio desconcertante. No sabe dónde está su padre. Su madre lo abandonó de muy niño y vive con familiares en Esmeraldas. No sabe en qué trabajar y del colegio lo suspendieron hace años por malas notas. Quienes lo conocen dicen que recién empezó a “consumir hierba” y que si continúa consumiendo tendrá que trabajar para alguien del grupo para recibir la dosis.

“No, no pertenece ahora, pero es seguro que vaya por ese camino”. Sus familiares lo echarán de la casa cuando se percaten que está consumiendo. Tiene primos más jóvenes, y es posible que pronto sea considerado una mala influencia para ellos.

A Marco, de 16, lo reclutaron porque creció entre la calle y el mercado. Cree que sus padres murieron, o al menos eso le dijeron. Creció bajo el cuidado de familiares que lo maltrataban; apenas siguió los primeros años de la escuela. Aprendió a sobrevivir cargando costales de frutas y apenas tuvo posibilidad huyó de esa casa. El grupo que lo acogió es como su sangre, dice, y por ellos está dispuesto a dar la vida, algo que puede ocurrir en cualquier momento, como ya ha pasado con un conocido suyo, que murió muy poco tiempo después de salir de la cárcel de Esmeraldas.

Le gusta ver los videos en los que aparecen algunos miembros del grupo rapeando, muestran armas, joyas de oro macizo en el cuello y billetes de cien dólares a manos llenas. Aspira a ser como ellos, pero todavía tiene que pasar por algunas pruebas. Ya juró lealtad en un ritual que no va a poder olvidar. Esa noche se sintió acogido y aceptado. Tuvo que ingerir alcohol y cargar el arma antes de prestar el juramento. Sabe que pronto será puesto a prueba, cuando tenga que vender pequeñas dosis en paquetitos. Si pasa le enseñarán a disparar. Solo entonces estará listo para la prueba final. Disparar a la persona que le señalen, sin dudar ni equivocarse.

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