LA POBREZA urbana se duplicó, llegando al 65 por ciento, mientras 903 mil personas dejaron el país que los traicionó.
Ha pasado un cuarto de siglo. El lunes 8 de marzo de 1999 los bancos no abrieron. Días después se anunció el congelamiento del 50 por ciento de los depósitos en sucres y el 100 por ciento de los ahorros en dólares. Así, la crisis originada en la banca perforó el bolsillo de todos los ecuatorianos.
Faltaban aún 300 días para el fin del siglo XX que -para más de uno- era sinónimo también de fin del mundo. Amanecía el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Era 1999 y gobernaba Jamil Mahuad. Para entonces, un puñado de bancos ya agonizaba, incluido el más grande, Filanbanco. Ese lunes a las siete de la mañana el superintendente de Bancos apareció en cadena de televisión anunciando que los bancos privados no abrirían: “El feriado bancario es para prevenir retiros de depósitos, preservar el nivel de la reserva monetaria internacional, limitar la inestabilidad del mercado cambiario y frenar una aceleración mayor en el incremento de precios”, dijo.
En la noche el mismo funcionario volvió a las pantallas para anunciar que el feriado se prolongaba por cuatro días más. Días después se anunció el congelamiento por un año del 50 por ciento de los depósitos en sucres y el 100 por ciento de los ahorros en dólares.
En el Congreso la medida se calificó de inhumana; el expresidente Osvaldo Hurtado, mentor de Mahuad, dijo que se estaba viviendo “una tragedia griega”. Laura Collantes, quiteña, recuerda: “Mi esposo se jubiló en 1996 y todo lo que le pagaron por sus 20 años de trabajo se quedó en el Banco del Progreso. Cuando se decretó el congelamiento, estábamos construyendo una casa. Suspendimos las obras… Era desesperante no poder contar ni con un centavo de los ahorros realizados con mucho sacrificio y no saber si finalmente nos los devolverían”.
El feriado fue el clímax de una crisis bancaria que se había gestado en silencio durante cinco años y que terminó pulverizando la moneda nacional en enero de 2000. En ese tiempo, el país perdió la tercera parte de su Producto Interno Bruto, la pobreza urbana se duplicó llegando al 65 por ciento, mientras 903 mil personas abandonaron el país que los había traicionado.